“Camino por la centenaria Gran Vía madrileña. Es invierno. Hace frío, mucho frío. La gente mira los escaparates: Zara, H&M, Swarovski, Vips… Pero tú no. Tú miras al suelo. Y ves personas. Como tú, como yo. Como nosotros. Tumbadas, sentadas, dormidas, con perros, sin ellos, con mantas, sin ellas, etcétera. Duermen sobre cartones. O sin ellos, si son desafortunados. Y piensas en la ropa de nochevieja, en el regalo para tu amigo invisible. En gastos. Sales de una tienda, y justo a la entrada hay alguien, en el suelo. Te mira. Le miras. Tiene los mofletes rojos, y un bote en frente suya. Tú un cigarrillo en la mano, consumiéndose. Te sigue mirando. Y tú apartas la mirada. Desistes. No puedes contemplar ese paisaje. Es muy duro. Dantesco. El infierno.
Caminas hacia el metro. Pero, antes de cogerlo, pides un café en Starbucks, para llevar. Por qué no. Lo coges. A la salida, otra persona en el suelo. Esta vez una mujer, anciana. Con un gorro de lana, y una bufanda. ¿Por qué estará ella allí? Apartas la mirada. Ella no. Observa el café que llevas en la mano. Te envidia. “Parece ser un café caliente. Que envidia”.
Coges el metro. Alguien abre la puerta. Ese alguien te pide algo de dinero, para el metro supuestamente. Viste harapos, sucios. Le dices que no tienes, que como tienes abono transporte, no llevas dinero suelto. Pides perdón. Pero observa el café. Starbucks. “Hijo de puta, cómo que no tienes dinero. Necesito comer. Ayúdame.”
Pasas el billete. Llega el tren y te montas en él. Tomas asiento. Hay mucha gente. Es lo que tiene la navidad, el centro se llena. Un hombre mayor, bastante mayor, pasa cerca tuya y te deja un papel, un papel en el que hay escrito un poema. Miras al señor. Deja un papel a cada pasajero. Lo lees. No entiendes la situación. El hombre recorre todo el tren. Cuando llega al final, da la vuelta. Recoge los poemas y pide dinero. Lo observas. Lo analizas. Le entregas el papel, pero no dinero. Ni si quiera te atreves a mirarlo. Un escalofrío recorre tu cuerpo. ¿Seré yo así de mayor? Bajas del tren y caminas directo al autobús. La duda no te abandona. ¿Serás así de mayor? ¿Lo seré?
Lo eres, amigo. Eres persona.”
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Solo nos quedamos con la portada del libro, con lo primero que observamos. Detrás de cada persona, hay una vida. Detrás de cada vida, hay una historia. Más bella o más triste, pero una historia que merece la pena ser escuchada. No se puede consentir que alguien viva tirado en la calle, que pase frío, que reciba miradas de odio, de asco, de pena, incluso de miedo y rencor. Una persona. Y no podemos sentir indiferencia. Tiene que conmovernos que viva así. No, mejor dicho, que no viva. Eso no es vivir. Eso es morir. Morir lentamente. Morir haciendo una obra de teatro teniendo como público a toda una ciudad. Un público muy duro. No podemos permitirlo. No. Debemos brindar oportunidades a quienes les han sido arrebatadas. Arrancadas.
Todos merecemos una vida digna.
Debemos plantearnos qué es lo que falla. Qué es lo que permite que haya gente que viva por debajo del umbral de la pobreza. ¿El sistema económico? Puede ser. ¿El sistema político? También. Pero debemos plantearnos algo más: ¿Estamos haciendo algo para cambiar esta situación? ¿Lo suficiente? ¿Por qué nuestra moral nos permite observar y sentir indiferencia? ¿Por qué?
Ahora es cuando debemos entrar en acción.