31/1/12

Vida.



"Everytime I approach an overpass, I think how easy it would be to simply turn the wheel ever so slightly to the left and find peace, at long last..."


26/1/12

Sombras y escamas color burdeos.




Una frase. Con una frase muero.
No la dices. Quiero morir. Sangre.
Pus.
No quiero lamer tus heridas.
No quiero lamer mi camiseta llena de vómito.

Condéname. Condéname y dilo.


S U N
L O V E
S K I N
D E A T H

N O
S M I L E

*

Y vamos a estar ahí.
Y lo sé.
Y lo sabes.

23/1/12

Aquel día de verano.


Yo nunca fui de esa clase de chicos que creen en el destino, ¿sabes? para nada.
Nacimos en países alejados que incluso no compartían la misma moneda, pero eso no fue ningún impedimento. A las once de la mañana de aquel lunes, se abrió la puerta de la clase. Aparecieron dos chicas de Europa del este. Una de ellas se sentó en mi mesa de trabajo y tras largos debates, le pasé un trozo de papel invitándolas a ella y a su hermana a una fiesta que se celebraría en unos suburbios cerca de la escuela.
El sol anocheció y me quede completamente solo. Nadie de mis amigos me quiso acompañar a la fiesta. Me senté en la cama entonces.
‘’En el lugar donde estás te rodea gente fantástica que no quiere que te marches; pero quedarte significa que no conocerás a la gente fantástica que te espera en el próximo momento’’.
Partiendo de esa nota subrayada en un libro que se aposentaba en mi mesita de noche, decidí que no podía desaprovechar mi tiempo y me marché a la fiesta.
Allí no conocía a nadie, pero tampoco me importó. Un amable chico portugués me invitó a cuatro copas (y todas las que me tomé mientras se hacía el duro con aquellas chicas italianas). No obstante, no se le pasó por la cabeza que las italianas no necesitan ninguna maniobra de amor, puesto que son chicas fáciles. Aquella noche le saldría un poco cara conmigo a su lado.
Si creyese en el Karma, aquí habría terminado mi historia: me habría castigado con un coma-etílico por haberme aprovechado de una buena persona. Pero afortunadamente no fue así.
Cada vez sonreía más, quizás por mi estado embriaguez, o quizás por la felicidad que contenía en esos momentos. Me giré a pedir un cigarro y descubrí que aquellos suburbios constaban de unas puertas (bastantes cutres por cierto), pero lo importante fue quien las abrió.
Cuatro piernas de la Europa del este.
Mi embriaguez se multiplicó y minutos más tarde, les pedí que sonrieran a mi cámara tan solo, cuando el metro pasara por encima de aquel suburbio.
Nunca pensé que dos semanas más tarde en ese mismo metro me encontraría junto a una de ellas leyendo manuales de fotografía.
Pero lo que nunca pensé, sería que después de seis meses, la distancia nos mataría.
Y esta es la larga historia por la cual,
no creo en el destino.


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Pablo Gandía nació en Valencia. Estudia Periodismo y Comunicación Audiovisual en Madrid.
Le gusta la fotografía y está organizando un proyecto llamado French Falcon.
Dejó todo su vida en Madrid para dedicarse a lo que su padre le cedió: el arte.

Carta desde París:

Y queríamos ser siempre jóvenes... ¿Para qué? No ganamos nada, solo perdemos. Yo pierdo.
Ya no hay periódico los domingos. No queremos saber nada de nadie. No queremos estar cerca de su mugre.
Nos perdemos.
Todos los días son iguales desde hace semanas y luchamos para cambiarlo. Y perdemos. Y buscas cariño y encuentras resaca y restos de Vodka en el suelo. Y ropa sucia y revistas viejas. Joder, ¿desde cuándo lloramos por esta mierda?
Coge su poesía, quémala e inhala el conocimiento antes de que se pierda.
No sé qué hacer, llevo dos años disfrutando de la soledad.
No quiero recordar.
[recordar]
La literatura nunca me calma. No quiero soñar. No quiero nada de esto.













































I
Wish
I
Was
Dead

19/1/12

Cincuenta veces. Y no me canso.


















Siempre hay que llevar un libro encima,
por si mueres y te encuentran
y piensan:
'Leía poesía'.
Y lloran los versos y las comas
y el esperma del poema
flácido.

18/1/12

Deseos congelados por el miedo.

No sé exactamente de qué va todo esto
no sé qué sería lo correcto
pero dan ganas de irse
de evadirse
de dejar atrás todo.


Para sentir
para respirar
para gritar
para amar
para llorar
para reír.


Y después mirarme
y ver cómo soy...
Para poder quererme
y quererte.



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Celia Berlinches estudia periodismo y comunicación audiovisual en Madrid. Percusionista desde los once años y actualmente alumna del conservatorio de Getafe. Se define como amante de la música. Le encanta viajar, conocer cosas nuevas y lo improvisado.

16/1/12

No pude llorar. Y me arrepiento.

Mi bisabuela era la menor de ocho hermanos de una familia católica de campesinos puertorriqueños.
Mi bisabuela comenzó a trabajar cuando era pequeña para pagar los estudios de sus hermanos. Era prestamista.
Mi bisabuela se mudó con 12 años a Nueva York, sola, porque quería optar a algo más.
Mi bisabuela abrió un restaurante en Downtown con más o menos veinte años y, como muchos otros, pagaba comisión a la mafia.
Mi bisabuela trató con la mafia porque abrieron otro restaurante en el local de al lado. El dueño se negó a pagar un porcentaje a mi bisabuela. La mafia quemó el restaurante.
Mi bisabuela se convirtió al judaísmo para casarse con el hombre al que quería.
Mi bisabuela era prestamista.
Mi bisabuela murió el cuatro de marzo de 2007, y su apartamento en la onceava avenida con la calle cincuenta y cuatro, en Manhattan, quedó vacío. Cuando mi padre, mi hermano y yo llegamos a Nueva York para ir al funeral, mi abuela dijo que fuéramos a casa de mi bisabuela y nos quedáramos con lo que quisiéramos. Cualquier cosa.
Mi bisabuela tenía una habitación en la que, cuando era pequeño, podía entrar, pero no tocar. Había un armario de madera y la parte delantera de cristal lleno de fotografías, símbolos religiosos y papeles. No podía tocarlo. En el salón había peluches de monos. Mi hermano, mi padre y yo llamábamos a mi bisabuela 'abuelita del mono'.
Mi bisabuela contrato años antes de morir a un hombre para que, cuando muriese, destrozase el armario. Cuando llegamos a su casa, lo primero que hice fue entrar en la habitación. El armario estaba completamente destruido. La habitación era un desastre. Había cheques sin cobrar en el suelo por valor de 6.000 dólares. También de 9.000 dólares. Era prestamista. Me quedé con un rosario de Jerusalén y un cáliz.
Mi bisabuela decía que la nieve era una buena señal, que sería un buen día, que todo iría bien. Nunca se me olvidará el funeral. Su funeral.
En el velatorio repartieron una tarjeta con un poema. Este poema:

‘Grieve not…
not speak of me
with tears…
but laugh
and talk of me
as though I were
beside you.
I loved you so…
‘twas Heaven
Here with you’.


La noche antes del entierro hacía tanto frío en Nueva York que los ríos que rodean Manhattan se congelaron.
Mi bisabuela recibió un funeral católico.


Mi bisabuela fue enterrada a las afueras de Nueva York. Ese día nevó.

Mi bisabuela se llamaba Myrta.



12/1/12

Je vais manger le monde.



Todo es tu culpa. Todo lo haces mal. Todo. El cáncer: tu culpa. La guerra de Irak: tu culpa. Pierde las elecciones mi partido político: tu culpa. Todo.
Todo lo haces mal. Tu culpa. Siempre. Todos los días. Haga frío o calor. Tu culpa. Tu error. Tu fallo, que nos afecta a todos.
Siempre. Todos los días. Todos. Siempre.

Ya no.

10/1/12

El tercer tono [de tu piel] [quizás el cuarto] [el de la droga].


"El matrimonio es esa boca
que apesta a cariño
y a MDMA"

Luna Miguel


Podemos elegir cuándo queremos ser felices. Es fácil. Es cuestión de tener o no el dinero necesario y de nuestra predisposición ante la amnesia y la ensoñación. Queremos olvidar, sí, pero no soñar. Hemos perdido la capacidad de imaginar más allá de las próximas 24 horas.
No somos niños. Ya no jugamos al escondite. Ahora hacemos el amor sin prevención. Así es más interesante, más arriesgado. Más morbo y miedo.
Imagínate lo que podrá hacer la morfina. Miedo. Pero podemos elegir, sí.
Hasta cierto punto.