9/12/13

Música para ladrones.


 "... Una tumba un tanto llamativa, podría decirse. No hay día en ese cuarto, ni noche; las estaciones del año aquí no cambian, ni los años. Y cuando muera, si en verdad no he muerto todavía, quiero morir borracho y encogido, como en el útero de mi madre, en la cálida sangre de la oscuridad. ¿No sería un final más bien irónico para quien, en lo hondo de su alma maldita, buscó una vida dulce y limpia? ¿Una vida de pan y agua, un simple techo para compartir con algún ser amado, sólo eso...? -Sonriendo, alisándose el cabello de la nuca, apagó el cigarrillo y volvió a tomar el pincel-. Puesto que he nacido muerto, ¡qué irónico tener que morir! Sí, he nacido muerto, literalmente. La comadrona tuvo la perversidad de darme unas palmadas para traerme a la vida. ¿Lo hizo en realidad? (...). No importa -Contestó Randolph-, toda la música difícil debe ser escuchada más de una vez. Y si lo que digo ahora te parece carente de sentido, una mirada retrospectiva te lo mostrará demasiado claro. Y cuando esto ocurra, cuando se marchiten las flores que hay en tus ojos, que son irrecuperables, entonces, aunque ninguna lágrima me ayude a disolver mi capullo, lloraré un poco por ti. -Levantándose, fue hacia un enorme armario barroco, se puso unas gotas de colonia de limón, se peinó los brillantes rizos y, con un poco de postura, se estudió en un espejo. Si bien le reflejaba en todos los detalles esenciales, el espejo, de cuerpo entero y de fabricación francesa, parecía absorberle el color, despellejarle y transfigurarle las facciones. El hombre del espejo no era Randolph, sino cualquier otra personalidad a la que su imaginación deseaba que se pareciese. Y él, como corroborando esa teoría, dijo-: Los espejos pueden hacernos románticos, y ése es su secreto. ¡Qué tortura sutil sería destruir todos los espejos del mundo! ¿Dónde buscaríamos entonces la confirmación de nuestra identidad? Te lo aseguro, querido, Narciso no era un egoísta... Era simplemente uno de nosotros que, en su indestructible aislamiento, reconoció, al ver su imagen, al único camarada hermoso, al único amor inseparable... ¡Pobre Narciso! Posiblemente fue el único ser humano honrado en ese sentido". 


Truman Capote, Otras voces, otros ámbitos,
1948, traducción por Víctor Rodríguez.